Ya no voy a querer ser genio.

Es bonito cuando se muere un artista genio y eso por muchas razones. La primera y menos importante es que será siempre poco probable haberlo tenido como amistad cercana. Llamarle "genio" a un amigo/a cercano/a es un mecanismo para canalizar un poquito de envidia sobre sus logros u obras, o básicamente una forma victoriosa de remplazar el "por más que intento no entiendo bien a qué te dedicas". Esta condición asegura que además de los sollozos en velorios de los más queridos deudos y allegados, uno no esté obligado a llorar deudos de la humanidad.

No obstante, y eso es lo segundo, uno los llora. Proporcional a la cantidad de boletines noticiosos que difunden la memoria del finado, la cantidad de sobremesas donde se esgrime la sapiencia de uno sobre la obra de aquel, incrementa. Google ha hecho de este ahora legendario arte un ejercicio de caballería medieval, donde los más temidos comenzales afilan sus búsquedas para llegar a la merienda, con armadura de almanaquería para protegerse contra los lances de la ignorancia. Aunque esto no sea bonito es bien divertido.

Y de ahí que la tercer razón que recuerdo de esta interminable lista, sea que uno siempre cae en cuenta que en estos días jamás se es lo suficientemente viejo como para considerarse uno mismo o ser considerado genio; para ser recordado sólo por la apabullante minoría de jóvenes intelectuales del mundo mejor morirse más tarde o de plano de formas más espectaculares.

Todo esto a propósito de la excelente traducción al castellano de María Luisa Rodríguez Tapia, al texto de Woody Allen sobre la muerte de Bergman, que acabo de leer después de cenar unas crepas que me cayeron pesadas. Originalmente publicado en el New York Times, el texto revela lados verdaderamente curiosos del sueco, su sencillez y su falta de práctica para jugar ajedreces con la muerte.

Pero sobre todo, me ha hecho pensar que la más precisa garantía de que Bergman era un genio es que nunca se enteró de ello y que, según Woody, le hubiera gustado catafixiar un número de filmes por algunos años más de vida viendo cine mudo, sonoro, y películas de James Bond.

Por eso... ya no quiero ser genio del modo en el que jamás quise ser bombero, porque si estoy atento a serlo garantizo desde ahora no lograrlo jamás. Por cierto que Adolfo, mi amiguito del Kinder con padres divorciados y TDAH sí quería ser bombero, así que donde esté, deseo que se encuentre bien de salud, apagando muchos incendios, asistiendo a cenas sin tener que googlear y/o escribiendo en su blog sobre temas más consistentes. Gracias Woody, y gracias Labrys por el norte.

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